Al despedir el año, a todos nos surgen muchos y distintos propósitos para el nuevo año que se avecina. Unos empezarán a estudiar desde el primer día, otros se apuntarán al gimnasio, también están los que dejarán de fumar, etc. Pero hay un propósito muy común y que no solemos decir en alto: Ser más felices de lo que hemos sido en el año vencido.

receta-infelicidad

Desafortunadamente, no existe  una receta mágica para conseguir la felicidad. Pero si hay ciertos aspectos que nos pueden llevar al polo opuesto, a sentirnos desdichados o infelices, casi de forma automática.

Cuando nos enfrentamos a una situación siempre aparecen pensamientos, es decir, nos contamos una película a nosotros mismos sobre lo que está sucediendo. Rara vez nos damos cuenta de la gran cascada de pensamientos que pasan por nuestra mente, pero estos son los suficientemente poderosos como para crear muchísimas emociones. Tendemos a creer que lo que pensamos es lo que sucede realmente, pero esto no es exactamente así: nosotros interpretamos las situaciones, nos contamos una película que puede no ser lo que está pasando en la realidad. Podemos errar en la forma de interpretar el mundo y estos errores son los ingredientes que vamos a usar para nuestra receta de infelicidad.

Para cocinar la desdicha lo primero que tenemos que hacer es generalizar. Debemos extender un problema determinado a todas las áreas de nuestra vida y utilizar frases como “Todo me va mal”, “Siempre me pasa lo mismo”, “Nunca aprenderé”, “Nada me sale bien”, etc. De esta forma, si nos va mal en un área concreta de nuestra vida, conseguiremos sentir que fracasamos en todos los demás aspectos y que esto será así siempre.

Mientras la generalización se va cociendo a fuego lento, debemos añadir sobre ésta dos cucharadas soperas de dramatización. Nada le va a dar mejor sabor a nuestra infelicidad que exagerar la importancia o las consecuencias de aquello que nos preocupa. Si en vez de dramatizar nos preguntamos por las consecuencias reales que tiene esa situación en nuestra vida a día de hoy y en qué medida afecta a la consecución de nuestros objetivos, nuestra infelicidad no va a ser tan sabrosa.

Dejamos estos dos ingredientes un ratito más en el fuego y mientras, preparamos una amplia lista de normas rígidas e inflexibles que digan cómo debemos actuar. Debemos centrarnos bien en esas frases que nos repetimos desde que nos levantamos por la mañana: “Tengo que limpiar la casa”, “Tengo que ir a trabajar o a clase”, “Tengo que conseguir un trabajo”, “Tengo que ir al gimnasio”, y “Tengo que… tengo que… y tengo que…”. Tenemos que hablarnos de esta forma, como si todo lo que hubiera en nuestra vida fueran obligaciones. No debemos ver los motivos que tenemos para hacer todas estas cosas. Por ejemplo: No debemos ver que queremos limpiar la casa (aunque no nos apetezca) porque no nos gusta vivir en una pocilga; No debemos ver que vamos a trabajar porque queremos meter un sueldo en casa; No debemos ver que queremos cuidarnos y estar en forma y así con todos los “Tengo que…”. Si la película que nos contamos trata sobre motivos, y no sobre obligaciones, vamos a perdernos esa sensación de agobio que nos hace sentir enormemente presionados. Recuerda: para ser desdichado no debes buscar los motivos que te llevan a hacer las cosas y no te preocupes por pasarte al añadir “deberías”, cuantos más eches más desdicha conseguiremos con nuestra receta.

Una vez cocidos todos estos ingredientes, los batimos para conseguir una espesa salsa. Para ello deberemos añadir una alta necesidad de control. Cuanta más alta sea mejor, ya que a más necesidad de control menos control sentiremos y así podremos conseguir una buena sensación de angustia y desamparo. No debemos valorar qué parte de nuestra vida sí controlamos, sino intentar controlarlo todo para así no controlar nada.

Para ir terminando, colocamos en un plato un buen trozo de culpa. Este paso es muy importante porque sin culpa no hay pensamientos que nos machaquen una y otra vez por haber cometido un error. La culpa debe servirse en frío, sin analizar, porque si la analizamos podemos aprender de ella y, de esta forma, aumentarían las probabilidades de evitar los errores en un futuro.

Ya casi tenemos nuestra receta lista. Sólo nos falta decorar un poco el plato para que la desdicha sea aun más llamativa. Para ello vamos a colocar unas ramitas de anticipación, para que todos los errores, vistos hasta ahora, puedan producirse también sobre las situaciones futuras. Si no añadimos suficiente anticipación, no podemos contarnos las cosas malas que nos van a suceder en el futuro y que, al estar en el futuro, no vamos a tener ningún tipo de control sobre ellas. Las soluciones aparecen cuando aparece el problema, antes no podemos saber que herramientas tenemos para solucionarlo, por ello es tan importante la anticipación: Nos permite preocuparnos por cosas que no han ocurrido y sentirnos indefensos por no tener la solución a problemas que, de nuevo,  aun no han ocurrido.

Y… Voilá! Ya tenemos nuestra desdicha lista para compartirla con todos los nuestros y transmitirla de generación en generación. En realidad, esta receta es más difícil de contar que de hacer.

 Es una receta que todos hemos hecho y hacemos a diario, por lo que la hacemos sin darnos cuenta y de forma automática. Pero quizás, conociendo sus ingredientes principales, podamos darle otro toque a nuestros platos.

¿Te animas a cocinar distinto en el 2014?

¡Felices Fiestas!