Depender de la persona que se quiere es una manera de anclarse, frases como “él lo es todo para mí”, “no sé qué haría sin ella”, “te necesito”… son señales que pueden darnos la alarma para saber si estamos en una relación dependiente o no.

No hay una pócima o camino fácil para sentirnos felices. Todo empieza en uno mismo. Si no estamos bien no hay que esperar a desenamorarse para terminar una relación, el desamor no llega a fuerza de voluntad y razón.

A veces aprender a sacrificar el placer inmediato por las ganancias a medio o largo plazo tiene muchos beneficios. Si tenemos una relación dependiente, se debe aprender a superar los miedos que se esconden detrás, levantar la autoestima y el autorrespeto, desarrollar estrategias de resolución de problemas y un mayor autocontrol, y todo esto nada fácil, sabiendo que a corto plazo no dejamos de sentir por la otra persona. Nuestro cuerpo nos pide una cosa y nuestra razón otra. En otras palabras, es un aprendizaje a luchar contra el impulso y las ganas porque sabes que no te conviene esa pareja, aunque tu organismo no quiera hacerlo. Al cabo del tiempo, cuando comiences a independizarte emocionalmente, descubrirás que lo que sentías podía no ser amor, sino una forma de “adicción psicológica”.

El sentimiento de amor es el ingrediente más importante en una relación de pareja, pero no el único. Una buena receta también debe cocinarse con respeto, comunicación sincera, deseo, los gustos, la religión, la ideología, el humor, la sensibilidad, y cien ingredientes más de “supervivencia afectiva”.

¿Somos libres o adictos a nuestra pareja? Querer algo con todas las fuerzas no es malo, convertirlo en imprescindible, sí. La persona apegada a otra nunca está preparada para la pérdida, porque no se plantea la vida sin su fuente de seguridad y /o placer. Se ve incapaz de renunciar porque tiene miedo.

El desear a tu pareja, no ver la hora de enredarte en sus brazos, deleitarte con su presencia o su sonrisa, no significa que sufras de amor dependiente. El placer de amar y ser amado es para disfrutarlo, sentirlo y saborearlo. Si tu pareja está disponible, aprovéchala hasta cansarte; eso es un intercambio de refuerzos. Pero si el bienestar recibido se vuelve indispensable, la urgencia por verla/o no te deja en paz y tu mente se desgasta pensando en él/ella estás en el mundo de los “adictos afectivos”.

El deseo mueve el mundo y la dependencia lo frena. No se trata de reprimir las ganas naturales que surgen del amor, sino fortalecer la capacidad de soltarse cuando haya que hacerlo. No es dureza de corazón, indiferencia o insensibilidad, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adicción. De esta forma somos capaces de controlar los temores al abandono, puesto que no consideramos que destruya nuestra propia identidad. Desapegarse no es salir corriendo a buscar un sustituto afectivo o volverse un ser carente de toda ética, sino LIBERTAD. Estar afectivamente libre es tener afecto sin opresión, distanciarse en lo perjudicial. No podemos vivir sin afecto, pero sí podemos amar sin esclavizarnos.

¿Cómo sabemos que tenemos una relación sana?. Esto sucede cuando no nos ofendemos si el otro no se angustia con nuestra ausencia, si no nos desconcierta que no sienta celos, si somos capaces de vivir sin la otra persona aunque elegimos no hacerlo. ¿Estás dispuesto a correr el riesgo de no controlar, no poseer y aprender a perder? ¿Alguna vez te has propuesto seriamente enfrentar tus miedos y emprender la aventura de amar sin apegos? Si es así, habrás descubierto que no existe ninguna contradicción evidente entre ser dueño o dueña de tu propia vida y amar a la persona que está a tu lado. No hay incompatibilidad entre amar y amarse a uno mismo.

En el caso de las relaciones afectivas, la “certeza” no existe. El amor puede entrar por la puerta principal y en cualquier instante salir por la de atrás. Al inicio de una relación todo es novedoso y nos atrae, después nos enamoramos y al tiempo el enamoramiento cambia. Hay que mimar el amor, avivarlo, cuidarlo sin “depender” de él. Cuanto más intentamos tener “control” o “seguridad afectiva”, más destruimos el vínculo y nos distanciamos de la persona que queremos. Una persona realista afectivamente no confunde posibilidades con probabilidades. Podría argumentar algo así: “hay muy pocas probabilidades de que mi relación se dañe, remotas si se quiere, pero la posibilidad siempre existe, por eso “estaré atento“.

Se pueden tener relaciones sanas, pero requiere esfuerzo, aprender a tolerar el malestar y estar dispuesto a enfrentar nuestros miedos. Es un trabajo largo pero posible y la meta es la felicidad. ¿Te animas?.